Arte en el Capitalismo de Ficción |
Redacción, el 18/06, 2003 Flamenco
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Una anécdota ocurrida en el último Festival de Jerez, y que ahora hemos relacionado con las declaraciones de Joaquín Cortés incluidas en Live at the Royal Albert Hall, uno de los más importantes embajadores de nuestro arte como él mismo se define aquí, puede servirnos para ilustrar el grado de internacionalización que ha alcanzado el flamenco y los retos que ello supone en el nuevo mercado. En una de las Tertulias de la Bodega del mencionado festival, a los participantes espontáneos nativos más o menos recalcitrantes se unió la voz de dos aficionados de Uruguay que, además de clamar en contra del imperialismo norteamericano y argentino, exigieron para el Festival una mayor presencia de la minoría étnica gitana, puesto que a su tradicional discriminación se unía en nuestro tiempo, según su opinión, el intento de arrebatarle su más genuina forma de expresión.
| En la entrevista promocional de esta edición videográfica de su último espectáculo el bailaor cordobés acude a un argumento similar para explicar el hecho artístico flamenco y así en pocos minutos esboza una ideal historia de "su raza", perseguida durante milenios de un país a otro hasta llegar al sur de España. Un argumento moral, para una obra, como este Live, esencialmente esteticista (en el peor sentido de la palabra, esta vez sí), y que desde luego no es nueva en el marco de la reflexión flamenca: un arte como expresión de una raza maltratada, perseguida, y que nace de la rebeldía, de la rabia que esta experiencia provoca. Todo lo cual, al parecer, se puede decir embutido en un traje de Giorgio Armani sin caer en contradicción alguna.
Porque tal vez los uruguayos de Jerez desconocieran que los valores que ellos reclamaban para su genuino ideal flamenco (etnicismo, primitivismo, expresión de una minoría maltratada, alternativo a las formas culturales dominantes) nacieron en los ámbitos contraculturales del imperio pero ahora ocupan cátedras universitarias, departamentos de marketing de las discográficas multinacionales y gerencias de los grandes espacios escénicos. Pero es evidente que Joaquín Cortés, más allá de otras consideraciones, sabe bien cómo vender su arte: fuerte acento racial, exotismo, pero con una envoltura apta para todos los públicos, en especial el anglosajón, que toma como azúcar para la pildorilla flamenca elementos del jazz blando, la mal llamada world music, ese turbión homogeneizador, verdadero pensamiento único sonoro, y, sobre todo, del musical más conservador. Y si sobre todo eso, además de contemplar a un bailaor excepcional y a un grupo de músicos estupendos, uno compra con su entrada un poco de buena conciencia, miel sobre hojuelas que se dice. Es el gran negocio de nuestro tiempo: la venta, no de productos u objetos, eso tan grosero, sino de ideales. Es uno de los mejores inventos del capitalismo de ficción, que diría Vicente Verdú. Y a tenor de las críticas obtenidas por este espectáculo en su estreno londinense, la fórmula funciona muy bien. Y, por lo que al flamenco concierne, sea por muchos años.
Por lo que respecta estrictamente al contenido de Live at The Royal Albert Hall, podemos decir que es un buen reflejo del último espectáculo del bailaor, que estará el 27 de julio de nuevo en nuestra ciudad, en un lugar por confirmar. La única pega que podemos ponerle es el carácter dinámico en exceso del montaje, lo que impide en buena medida disfrutar del arte de Cortés, puesto que los planos se suceden a una velocidad de vértigo. Dividido en siete partes o palos, la obra presenta a Cortés como protagonista de baile exclusivo del espectáculo, acompañado de un grupo de dieciocho músicos excelentes. En él demuestra las características que lo han convertido en uno de los renovadores del baile flamenco (aunque en medida menor de lo que él asegura de sí mismo en la entrevista) con la inclusión de elementos tomados del musical norteamericano, como decíamos. Un baile espectacular, sólido, aunque pleno de efectismos y más de un gesto exhibicionista.
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