JEAN-MICHEL BASQUIAT: RÉQUIEM POR UN PESO PLUMA |
Redacción, el 12/04, 2000 Robert Hughes. A toda crítica , Editorial Anagrama, Barcelona, 1992.
Si se puede decir que un artista ha parodiado, no sólo ilustrado, el boom del arte contemporáneo de los ochenta, éste fue Jean-Michel Basquiat, que murió de una sobredosis de heroína en Nueva York el pasado agosto, a la edad de 27 años.
Hace ya unos años, un profesor de arte de la Cooper Union de Nueva York me mostró los resultados de una encuesta que pretendía llegar a saber quiénes eran los artistas conocidos por los nuevos alumnos de la escuela. No tenían que describir una obra, ni mucho menos analizarla, sólo debían consignar los nombres. Picasso, como era de suponer, encabezó la lista con 61 menciones. Inmediatamente después le seguían Miguel Ángel y Van Gogh (54), Rembrandt (53) y Monet (50).
Las curiosidades comenzaban un poco más adelante. Andy Warhol consiguió 33, Watteau 1. Y Jean-Michel Basquiat, no mucho mayor que los estudiantes, fue mencionado por muchos de ellos tantas veces como Tintoretto o Giacometti, y 5 veces más que Nicolas Poussin o William Blake. Para ellos, Basquiat era la prueba viviente de que se podía salir directamente del huevo, sin necesidad de esperar.
Uno se maravilla ante tanta inocencia, porque la verdad acerca de este prodigio era mucho menos edificante. Era la historia del pequeño talento sin preparación atrapado en los engranjes de la promoción del mundo del arte, absurdamente sobrevalorado por los marchantes, coleccionistas, críticos y, no menos, por él mismo. Esto se debió en parte a que Basquiat era negro; la monocromática Industria del Último Arte Americano sintió la necesidad de actualizarse con un toque “primitivo”. Otros artistas negros mucho mejores que Basquiat, como el escultor Martin Puryear, no tuvieron que vérselas con este tipo de éxito triunfa-y-revienta. La propia naturaleza de Basquiat obligó a repetirse sin una oportunidad para desarrollarse.
Jean-Michel Basquiat hizo su primera aparición alrededor de 1980, formando parte de un dúo de artistas callejeros que escribían graffitti poéticos en pulcras letras mayúsculas por el bajo Manhattan, con la rúbrica de SAMO, abreviatura de “Samet Old Shit”(1). (El mensaje que pintaron en el edificio de Prince Street donde yo vivía decía: “SAMO as an antidote to noveau-wavo bullshit”(2); Un reclamo que tiene sus ironías retrospectivas.) No se podía calificar a SAMO como un maestro del aforismo, pero sus textos se leían con más agilidad que la mayoría de las pintadas de las paredes del centro: punzantes, disconformes y desafectas.
De la misma manera, las pinturas de Basquiat –cuando aparecieron en 1981 en P.S.1, en una irregular muestra titulada “Nueva York/ Nueva Ola”- eran claramente mejores que el común del arte graffiti; a pesar de haber abandonado el bachillerato y apenas haber puesto un pie en la escuela de arte, Basquiat tenía el instinto de poner cosas –palabras, máscaras, marcas, frases inconexas- en una tela dejando espacios entre ellas (en lugar de emborronar y llenar vacíos de un extremo al otro como hacía la mayoría de sus colegas de la calle). Esto, unido a su trazo tosco pero enérgico, sugería un talento sin formar. Su empleo del color era rudimentario y esquemático. Había mirado, sin ningún método, un poco de arte en los museos, en especial cuadros de Dubufett y Picasso, de los que había asimilado las convenciones “primitivas”.
En una cultura más sensata que ésta, el veinteañero Basquiat hubiera pasado sus cuatro años de infantería en la escuela de arte, hubiera aprendido a dibujar correctamente (algo muy diferente a la pseudo convulsiva notación que era su marca de fábrica) y, en general, adquirido algunas de las disciplinas y habilidades sin las cuales no se puede hacer buen arte. Pero eran los ochenta, y se convirtió en una estrella. (…continuará)
(1) “La misma mierda de siempre.” (N. Del T.)
(2) “SAMO como antídoto para la mierda de la nueva ola.” (N. Del T.)
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