El destino del códice fue sin duda brillante. Tuvo una importancia determinante para el conocimiento y la versión exacta de hechos históricos u obras literarias. Al hacer posible la producción en serie de textos, ocasionó en el lector una nueva forma de pensar e incluso una nueva forma de ser. Muy pronto se dieron cuenta del efecto revolucionario de la imprenta que, al hacer más accesibles los textos, se convirtió en un mecanismo difusor de cultura infinitamente más potente que el manuscrito.
A China se le atribuye el descubrimiento de la imprenta que deriva de la técnica del sello grabado o en relieve. Las primeras pruebas de imprenta con tipos móviles efectuados en Europa y conocidas por nosotros datan de mediados del siglo XV.
En 1970, George Painter decidió asignarlas todas al tipógrafo Guttemberg, que parecía ser el único capaz de grabar y fundir los cuatro tipos de caracteres. Guttemberg prefirió un caracter menor y menos aparatoso, que se utilizó para la edición de la Biblia de 42 líneas, impresa en Maguncia hacia 1455. Fue el primer gran libro impreso en el mundo Occidental con caracteres móviles. Impresa a dos columnas en dos volúmenes de folio, se tiraron 150 ejemplares.
El Arte de la impresión se difundió rápidamente, además de muchas ciudades alemanas llego a Italia en 1475. A finales del siglo XV existían imprentas funcionando en 250 ciudades europeas. Pero solo en una ciudad italiana, Venecia, alcanzaron el Arte tipográfico, la industria y el comercio del libro un desarrollo superior al de cualquier otra ciudad.
El paso del libro escrito a mano al impreso con tipos móviles, se puede afrontar, por una parte, basándose en la continuidad, y por otra, en la novedad y por lo tanto, en las diferencias entre ambos productos. La historia del libro manuscrito y la del libro impreso no pueden y no deben considerarse fenómenos separados, sino aspectos diferentes de un mismo proceso de producción y difusión cultural.