En el siglo XIII se utilizó para la confección de actas, registros, libros de cuentas y códices, una escritura gótica cursiva que se distinguía por sus trazos angulosos, la ligadura de las letras y, a veces, por la desunión de sus trazos. Cada palabra se trazaba sin levantar la pluma, favoreciendo las ligaduras y el desarrollo de los palos altos que, partiendo de abajo o de la cabeza de la última letra, se unían a los signos de abreviatura, fundiéndolos.